lunes, 15 de julio de 2013

LA PIEDAD EN LA TIERRA DEL SIDA

 La misionera noreñense María Josefa Cabeza, destinada en Mozambique, alerta de la propagación de la enfermedad en África

.. «En América del Sur se nos morían algunas veces chicos por temas de drogas y violencia, pero eso no es nada con lo que vemos ahora en Mozambique, con el sida. Está muy extendido». Quien así habla es la misionera noreñense María Josefa Cabeza, de la orden de Hijas de María Madre de la Iglesia, que estos días pasa unas vacaciones en su localidad natal, en espera de reincorporarse a su congregación en Mozambique, donde trabaja en labores de primera evangelización desde hace más de tres años.
La religiosa lleva más de cuatro décadas al servicio de la iglesia. Durante 41 años, Cabeza permaneció en misión evangélica en tierras de Venezuela y Colombia, donde entró en contacto con entornos sociales muy deprimidos. Pero en África se está enfrentando a una situación mucho más extrema.
Para empezar, la parroquia en la que está la misionera tiene una extensión de 3.000 kilómetros cuadrados, lo que dificulta las labores evangélicas, educativas y sanitarias que tiene en marcha la congregación. Pero, además, Cabeza y sus compañeras tienen que convivir con la pervivencia de costumbres y creencias ancestrales y con la creciente influencia del Islam.
Con todo, esas complicaciones son menores frente a los dos grandes problemas que padece el país: la escasez de agua y el sida. «Los mozambiqueños son la mano barata de África del Sur. Ellos pasan la frontera, contratados como obreros no especializados, la mayoría sin papeles, y vuelven casi todos con sida. Y eso crea una cadena: madres con sida, niños con sida...», explica la misionera.
Para tratar de ayudar a los enfermos, la congregación ha puesto en marcha un proyecto materno-infantil, a través de los puestos de salud instalados por la Iglesia, para proporcionar a los niños desnutridos leche y cereales, ya que a partir de los seis meses las madres no pueden amamantarlos por el riesgo de que contraigan la enfermedad.
«Allí llegan los tratamientos contra la enfermedad y los tienen gratis. Pero no todo el mundo puede desplazarse una vez al mes al lugar en el que deben recibir la medicina. Y, aparte, está el estigma social, que hace que muchos no hablen de su enfermedad», explica Cabeza.
En paralelo, la congregación ha creado una escuela comunitaria, para niños entre 4 y 5 años, para la cual la misionera cuenta con la ayuda continuada de la parroquia de Santa María Noreña y en la que Cabeza ha puesto muchas esperanzas.
Una iniciativa, en todo caso, en la que la misionera antepone la labor humanitaria a la evangelizadora: «Donde el estómago está vacío y la enfermedad a la puerta de la casa, nadie va a entender ningún tipo de mensaje», sintetiza.