viernes, 26 de diciembre de 2014

VISITA DEL SR. ARZOBISPO DE OVIEDO A BENIN

El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, se encuentra pasando la Navidad en la Misión que nuestra diócesis tiene en Benín. Al igual que hiciera la última vez que visitó la Misión, en el año 2012, en el blog "Asturias en Benín" irá narrando, a modo de diario, sus experiencias en el día a día.
Diario del Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, durante su estancia en la misión diocesana de Bembereké (Benín) Navidad 2014
asturiasenbenin.blogspot.com

FELICITACIÓN DE NAVIDAD


                                                Villancico misionero. Canción de cuna ante el portal de Belén.

  Se nos van los ojos de nuevo hasta aquel portalín, el más famoso de la historia humana. Y nos sorprende una vez más, como si nunca lo hubiésemos visto, ese escenario que custodia un secreto y tararea sin música ni letra la más bella canción. Era joven aquella mujer, primeriza mamá. Tenía en sus brazos a su recién nacido, al que amamantaba, al que acariciaba, al que decía ternuras mientras miraba sus ojitos de bebé. ¿Qué canción le cantaba María a aquel pequeño? Aquel a quien estrechaba contra su pecho, era Dios.
Aparentemente no había cita previa, sino tan sólo el cumplimiento del tiempo de Dios que desde hacía siglos venía avisando que iba a nacer aquel especialísimo bebé, que era su Hijo querido, y que nos lo enviaba como el Mesías para nuestra salvación. No se avisó a la prensa, ni tampoco los potentes estaban informados de cuanto sucedía en aquel pequeño rincón perdido que todavía no figuraba en las guías de turismo religioso.
  Unos se empeñaban en esperarle en los foros de los doctos, otros en los fortines de la soldadesca, otros quizá entre los poderosos de entonces y de siempre. Pero no era ese el plan. Y nadie, casi nadie se enteró. Pero no por ello Él dejó de venir. No por ello dejó de suceder aquel milagro. Era noche buena como pocas, una noche buena como ninguna. Y sucedió aquello que los sencillos esperaban porque Dios lo había prometido y en aquella hora cumplió para siempre. Dios hecho hombre, hecho historia nuestra capaz de brindar nuestros gozos y sollozar nuestro penar. Para decirnos lo eterno, quiso aprender nuestra lengua a fin de balbucirnos un amor que no caduca, una paz que no claudica, una fidelidad que no traiciona. Verbum caro factum est. La Palabra se hizo carne. Dios se humanó para hacernos a nosotros verdaderamente hijos suyos y hacer posible la hermandad.
  Y comenzó el desfile de aquellos improvisados adoradores con zurrones de pastor. Se asomarían a la cueva que hacía de portal con pudor, como queriendo mirar sin que les sorprendiese la mirada de aquella madre y su pequeño recién nacido, y de un hombre fuerte y bueno que luego supieron que se llamaba José. Pero acabaron los pudores, y uno tras otro, se fueron colando de rondón en aquel primer belén viviente de la historia. Arriba, sobre ellos, cantos de ángeles seguían entonando sus tonadas de algazara y alegría, invitando festivos a dar gloria a Dios y a desear la paz a la entera humanidad.
  Al poco llegaron otros. Parecían sabios distraídos o magos de algún reino, que se dejaron conducir por una estrella amiga que había encendido todas sus preguntas y que les quiso conducir a la respuesta que más se correspondía con lo que les ardía en el corazón. Y aquellos sabios magos, fueron poniendo ante Jesús –que es como se llamaba el crío–, todo cuanto sabían y todo cuanto tenían: sus oros, sus inciensos y sus mirras.
  A pocos kilómetros aparentemente todo seguía igual, sin que nada ni nadie hubiera percibido la novedad más novedosa de toda la historia jamás contada y jamás ocurrida. Pero aquello aconteció, tuvo lugar cuando un silencio todo lo envolvía y la noche estaba a la mitad de su carrera. Y aquí y ahora estamos nosotros, testigos de esa noche dos mil años después. Y lo somos en medio de nuestros apagones, de nuestros fríos y nuestro estrés. No sólo vino Dios entonces, sino que viene ahora y después, para poner su luz que nadie puede apagar, su ternura cálida como la gracia, y su paz que llena de sereno sosiego nuestra alma y nuestra agenda.
Dichosos si lo deseamos, dichosos si lo acogemos, dichosos si lo reconocemos, dichosos si lo compartimos. Es la canción de cuna de María, en la noche más buena de la historia, noche de Paz y noche de Dios. Así, ante el Belén de cada año, en el pesebre de nuestro corazón, podemos ser figuritas vivientes que saben cantar con María la más dulce canción de cuna al Niño Dios. No en vano la vocación misionera es una preciosa reedición de este trasiego en donde quienes lo saben o quienes lo ignoran pasarán delante de ese portalín en donde siempre les espera Dios. Los misioneros forman parte de los testigos que se han acercado a sabiendas y que sabedores cuentan lo que han visto y oído: la buena noticia de haber encontrado a ese Dios que se hizo encontradizo. Feliz cumpleaños de Dios con nosotros.            
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de OviedoNavidad 2014