miércoles, 23 de octubre de 2013

CARTA DIACONOS DESDE BENIN


Mi tan querida familia y amigos:

Después de varias semanas de espera, hemos encontrado señal de internet y puedo escribiros unas líneas por correo. Esto es toda una lección, pues lo que muchas veces asumimos como normal y necesario aquí simplemente se concibe como gracia de Dios. Y así, cuando hay corriente eléctrica en determinadas horas del día… es una gracia de Dios; cuando podemos salir a visitar alguna aldea porque han remitido las lluvias…es una gracia de Dios; cuando encontramos alguna señal de internet…bueno, a eso lo llamo simplemente milagro. Internet es un lujo que se concede a muy pocos, entre los que no me encuentro, aunque hoy el Señor me ha guiñado un ojo. Aun así, qué fácil es ser feliz aquí, porque cuanto menos tiene uno, más libre te sientes y más cercanos parecemos estar de la gente y de la lección que Dios quiere que aprendamos en esta tierra. La única carencia que tengo y que siento verdaderamente es no teneros cerca, porque me encantaría que disfrutarais conmigo de este especial regalo que me ha tocado vivir. Me faltan palabras para expresar todo lo que mi corazón va anotando; me falta incluso más espacio interior para ir guardando en él tantas experiencias.
El día que llegamos a África fue realmente como cuentan. Durante el trayecto nos ponen el aire acondicionado muy frío, para evitar el riesgo de picaduras en el caso de que se haya colado algún mosquito. Por eso, cuando se abren las puertas del avión, se nota aún más ese cálido aire africano que te envuelve, dejándote casi sin respiración; comprobé que esto es literal. Uno siempre busca ver lo trascendente detrás de todo, y lo primero que pensé fue que se trataba del aliento de Dios, que llenaba cada poro de nuestra piel y nos decía: "bienvenidos a casa". Pudimos pasar sin problemas entre soldados que tenían sus metralletas en las manos, pero pese a todo no tuvimos la mínima sensación de temor. Como llegamos de noche, apenas pudimos quedarnos con los rasgos del lugar ni de los rostros de la gente. Allí, a la salida del aeropuerto de Cotonou, nos estaba esperando Alejandro Catalina, el misionero asturiano con el que compartiremos nuestra aventura de casi 4 meses. Había venido a recibirnos con algunos antiguos internos y tras meter el equipaje en un 4x4 nos llevó a cenar a un restaurante de comida rápida. Al estar en una terraza con la escasa luz de una farola, seguía sin distinguir a nadie, a no ser por sus enormes y blancos ojos. Tras la cena nos llevaron al centro de las capuchinas terciarias, donde pasaríamos la noche, antes de iniciar el viaje a la misión de Bembéréké. Estas hermanas nos habían preparado un poco de cena, y a pesar de habernos saciado en el restaurante, cenamos un poco más, para agradecer el gesto. Entre ellas estaba una postulante africana, la beninesa más bonita con la que me he encontrado hasta ahora.
Tras la cena nos enseñaron las habitaciones. Ahí tuve mi primer contacto con las mosquiteras, verdadero muro de contención que nos protegen por las noches mientras dormimos. La ducha resultó ser un gran cubo de agua con un pequeño cuenco. Supe que ahí continuaba la lección que Cristo quiso enseñarme desde un principio, la entrega y la apertura de corazón, la aceptación y el agradecimiento ante lo que se me ofrece, aprender a no quejarme por nada (como me enseñó mi Director Espiritual), el respeto ante todo y hacia todos y la generosidad. Grandes lecciones que esta gente no se cansa de enseñarnos, con el testimonio de su ejemplo. Pronto experimenté que cuanto más choque cultural se producía en mí tras las diferentes experiencias, más cercano me sentía de la voluntad y del cariño de Dios y el de esta gente.
A la mañana siguiente bajamos a la capilla con la comunidad de religiosas. Fue un momento tremendamente especial, como todos los que se producen ante el sagrario. Todo tenía elementos africanos: el altar, las imágenes de Cristo crucificado y su Madre María…hasta el sagrario era una cabaña de paja y barro. Qué maravilla. Si desde siempre me gustó África, ahora comenzaba a enamorarme.
Estaba tan feliz que desee que mis compañeros del seminario pudieran estar ahí, con nosotros. Pese a todo, sé que de alguna manera se mantenía y fortalecía la comunión entre nosotros, pues el cariño y la oración no conocen fronteras.
Tras el rezo de laudes y la celebración de la Eucaristía, pasamos a un suculento desayuno, con los productos propios del lugar. Entre ellos la piña más sabrosa del mundo, nunca probé cosa igual. La carne es blanca, con pintas negras, y el sabor es como una mezcla de ácido y dulce en grandes cantidades. Ufff, increíble. Y así los plátanos, tan pequeños como un dedo y muy dulces. Y luego la papaya, el mango y frutas que no sé ni pronunciar. No me cabe la menor duda de que Dios se recreó cuando pensó en Benín.
No nos entretuvimos demasiado, pues habíamos quedado para salir hacia la misión a las 8:00 de la mañana, pero Alejandro se había retrasado un poco, así que Juanjo y yo nos fuimos a ver la playa, que estaba a escasos metros del centro de las monjas.
La carretera estaba sin asfaltar, y a pesar de ser temprano, la gente comenzaba a preparar sus productos para vender en el mercado. Aquí todo el mundo vende lo que puede, donde puede y como puede. Todo vale si a cambio reciben algún franco-cefa para alimentar a sus numerosas proles. Muchas mujeres comenzaban a barrer las entradas de sus pobres casas. Fuera vagaban libremente cabras, ovejas, cerdos y gallinas, en grandes cantidades, aunque todo el mundo tiene claro a quién pertenecen unas y a quién otras.
Apenas se ven coches, pero sí grandes camiones y multitud de motos, tanto de particulares como de taxistas. Nos dirigimos hasta la línea de playa y tristemente descubrimos que el mar le estaba comiendo literalmente terreno a la costa y ya llegaba a pocos metros de las primeras casas. Como única protección había unos pequeños diques de arena, hechos por la gente, que poco iban a contener.
Nos dirigimos al centro, nuevamente, bajo la atenta mirada de los niños, que nos miraban como diciendo: "¿qué les pasa en la piel?". Como el misionero se retrasaba aún más de lo previsto, las religiosas aprovecharon para enseñarnos una especie de ambulatorio que ellas dirigían. Las numerosas mujeres aguardaban su turno con sus niños cargados en la espalda. Su mirada era triste, y no era para menos; entre ellas y sus hijos había casos de paludismo severo, hidrocefalia, heridas profundas y demás.
Ahí se hace lo que se puede, que es mucho más de lo que parece, con apenas medios. Pero todo y siempre desde el amor evangélico, ese que nos enseña a ver y a amar al otro como a nuestro hermano, y estas hermanas verdaderamente lo hacían. Con el mismo amor realizaban curas, vacunaban, extendían una receta, daban masajes o escuchaban a los pacientes. Aquí empecé a admirar y a querer aún más a los misioneros y misioneras y, por qué no decirlo, a nuestra Iglesia.
Fue en aquel momento cuando viví una de las tentaciones más fuertes que me acompañaría a lo largo de toda esta experiencia, el ponerme un traje de sanitario y colaborar en lo que me pidieran. Una de las religiosas me lo propuso, pero pronto escuchamos el claxon del coche de Alejandro, que ya había llegado a recogernos.
No obstante, al corazón hay que atarlo con soga corta y no dejar que se desboque al mínimo ímpetu de pasión. Pese a todo, aún me aguardarían muchos más de estos ímpetus.
Cuando llegamos, Alejandro ya nos estaba esperando abajo, con el equipaje ya en el coche. Decíamos adiós a Cotonou y a aquellas religiosas por las que prometí encomendar, por su incierto futuro, ya que a pesar de su gran testimonio de caridad y misericordia con aquellas gentes, desconocían qué les iba a deparar el futuro, pues eran conscientes de que no se puede luchar contra las fuerzas de la naturaleza, y el mar ya había fijado sus ojos en su pequeño hospital y su vivienda, y en pocos años vendría a tragárselos, como estaba haciendo ya con tantas otras construcciones. Pero hasta entonces…no dejarán de cuidar con amor de madres a las personas más pobres de la zona.
Nos esperaban kilómetros y kilómetros de pista metidos en un 4x4 lleno de maletas y de muchas ilusiones y nervios. A ambos lados de la carretera se colocaban familias enteras que sobre el mismo suelo ponían frutas, sacos de carbón, pequeñas piedras desmenuzadas golpe a golpe por las manos de mujeres y de niños, frutos secos (especialmente cacahuetes y anacardos), gasolina metida en botellas de cristal, chanclas (que es el calzado típico), y un larguísimo etc., que resume y reúne todo tipo de productos que la gente necesita vender para poder llegar no a final de mes, como cabría esperar, sino a final del día.
Cuando llevábamos unas 4 horas de viaje, Pedro nos preguntó si queríamos probar los cacahuetes de Benín. La respuesta era evidente, así que detuvo el coche en uno de los pequeños puestos. De repente comenzaron a salir niños y mujeres de todas partes, con sus botellas de cristal (que en su día guardarían algún tipo de vino o licor) y que ahora se llenaban con cacahuetes tostados y listos para comer. La gente comenzó a cruzar la carretera hacia nuestro lado y nos ofrecían, además, naranjas y plátanos, de tamaño muy inferior a nuestras frutas, pero dos o tres veces más sabrosas. Juanjo y yo preferimos quedarnos dentro del coche, quizá nos resultaba demasiado violento elegir a quién comprar y a quién descartar.
El vehículo pronto quedó rodeado de niños que ofrecían sus productos a través de los cristales, y eran tantos que el interior se quedó totalmente a oscuras. Al cabo de un rato subieron los dos misioneros, Alejandro y Pedro, cargados de frutas y salimos rápidamente, pues aún nos quedaba más de la mitad de la jornada de viaje. Pedro ya había estado varios años en Benín, por tanto, conoce sus parajes, sus gentes, sus secretos y todas sus riquezas. Todo lo que él nos enseñó no se recoge en un folleto de cualquier agencia de viajes. Su lección más importante: "no veas la realidad tal cual, mírala a través del Evangelio, y descubrirás toda la riqueza que encierra". De la misma manera también aprendemos de Alejandro, que con su larga experiencia en estos últimos años, va conformando en la mente y el corazón de estos dos diáconos la verdadera y apasionante realidad de la misión.
Aquí, las carreteras, son muy largas, y no puedes recorrer diez metros sin encontrarte con alguien en moto, que es el vehículo más habitual. Viajan familias enteras, hasta cinco personas he llegado a ver subidas en una vieja moto que parecía que estaba a punto de reventar en cualquier momento.
Quizá, a lo largo de la mañana, viví uno de esos inevitables momentos de crisis emocional ante tanta miseria. Los saltos en la carretera, dentro del inagotable Toyota, silenciaban mis suspiros y mis "¿por qué, Señor, no habrá más solidaridad?". La gente no tiene que venir aquí con más equipaje que un corazón abierto para acoger, libre de toda atadura; las vacunas necesarias para no caer enfermo y no enfermar a otros; y una calculadora, para saber lo que aquí se podría hacer, al cambio, con las ayudas que se reciben. Aquí muchas familias viven con menos de 1 € al día, pero nunca pierden ni su ilusión ni su fe.
Al respecto de esto, abro un pequeño paréntesis, para explicaros que hoy viví un momento muy especial. Habíamos terminado la Eucaristía en una de las aldeas, y nos dirigíamos en el 4x4 a la siguiente. Muchos de los niños quisieron subirse a la parte de atrás, para que les paseáramos por la aldea y les vieran los mayores. Eran unos veinte y cantaban una misma canción sin parar. Le pregunté a Juan Pablo, el misionero de Logroño que me acogió estos días, qué decía la canción. Y él me contestó: "tanto si nos van las cosas bien, como si nos van las cosas mal, yo creo en Jesús". Ese es su grito de guerra, en un lugar donde los cristianos somos minoría, y vivimos y fortalecemos nuestra fe entre musulmanes y religiones ancestrales, como las de los fetiches. Pese a todo, son una lección de convivencia armónica, tanto en unos casos como en otros. Cierro paréntesis y continúo con el párrafo anterior.
Los misioneros y religiosas conocen muy bien las luchas de estas personas por salir adelante, ya que trabajan para llevar el evangelio a los sitios más apartados y casi olvidados de todo el mundo. Ellos saben que por muy poco aquí se hacen verdaderos milagros. Han entendido, desde un principio, que al igual que Cristo anunciaba el Reino, también curaba enfermos y sanaba almas; pues ellos, tomándolo siempre como modelo, también luchan por la evangelización además de la promoción de los pueblos y sus gentes. No puedes hablar de Jesús como Pan, como Luz, como Agua…si ellos no tienen en sus casas ninguna de estas cosas.
Estaba tan metido en estas reflexiones que Pedro, me preguntó si me encontraba bien, pues estaba muy callado. Le dije que me estaba tragando las lágrimas, me sonrió y me dejó con esa amarga digestión. Pero yo no he venido a Benín a llorar por los que sufren, eso también puedo hacerlo en casa. No, he venido a aprender de todo y con todos, y a no ser obstáculo para la gracia de Dios ni para la acción de nuestros hermanos misioneros. Aquí nadie llora por sus desgracias y no les gustaría que yo lo hiciera por las suyas. Así que tragadas las lágrimas, uno comienza a ver que las cosas tienen otros colores, que la gente no sólo está triste, claro que lo está, como lo estarían todos los padres del mundo mundial que deben sacar a sus hijos adelante en medio de grandes dificultades, como bien saben mis padres. Los rostros de esta gente muestran preocupación por el futuro de sus hijos, y por su presente más inmediato, pero ahí están, levantándose cada mañana, exprimiendo la tierra y el ingenio para decirle al destino: "hoy no te llevarás a mis hijos ni a mis ilusiones". Y le devuelven una sonrisa al cielo que deslumbra al mismo sol.
Y es que como decía una anciana mujer, sobre su hija discapacitada: "el Señor la curará"; mientras que una religiosa le decía: "bueno, mujer, que sea lo que Dios quiera". Y la anciana insistía sonriendo: "por eso digo, Dios nos quiere, y Dios quiere a mi hija, por eso sé que la curará". Y a mí sólo me toca decir: "Toma ya"; "Amén".
Ahora, cuando voy en el coche, recorriendo kilómetros y kilómetros, de aldea en aldea, me gusta provocar a los niños que van con rostros aparentemente tristes, caminando con otros niños en dirección al colegio, o con el ganado hacia sus campos, o con sus madres al mercado… y les saludo con la mano como si fuera la última vez que los voy a ver, y ellos levantan la mirada y con una sonrisa de oreja a oreja gritan: "mon pèèère", "mon pèèère" (suena así: "mon peeeh", y significa: "padreee"), y agitan sus manos dando saltos en el suelo.
Sí, parecen sentir que alguien se ha fijado en ellos, ¡en ellos!, que son los más pobres, los olvidados…y les ha llamado, les ha sonreído… Conozco esa sensación…, pues el Señor hizo lo mismo conmigo. Por eso disfruto tanto saludando, mientras los veo desaparecer desde el incansable Toyota.
Y cuando llegamos a una aldea para la celebración eucarística salen los niños a hacernos el "baile de acogida". Nos rodean y nos cantan, aunque los más pequeños lloran, porque les damos un poco de miedo por nuestro color (o falta de él). Las madres se tronchan de risa y a veces nos los acercan a propósito para verlos llorar y que las abracen. Serán pillas…
Pero lo más impresionante nos espera dentro de las capillas. Me atrevería a decir que todas están construidas por las mismas manos de la gente del lugar. Hay cuadros pintados a mano de María o Cristo crucificado, y en ocasiones algún poster con un Sagrado Corazón que habría traído algún misionero en su pequeña maleta. Estas capillas son construcciones sencillas, sin puerta y con muchos espacios abiertos por los laterales para que el aire fluya con libertad. Los bancos son muy bajos y cuando no queda sitio, que es la mayoría de las veces, la gente va a casa y se trae esterillas. En una ocasión Juanjo y yo preferimos quedarnos de pie, atrás del todo, y una anciana pidió a su nieto que trajera dos sillas de su cocina para nosotros. Cuando las colocaron en el pasillo agradecimos el detalle con mucho énfasis, para que no se lo tomara a mal, pero las dejamos a dos madres que llevaban a sus pequeños a la espalda. Entiendo que hemos venido a aprender, pero también a enseñar. Somos siervos del Evangelio, y por tanto, hermanos entre hermanos, hijos del mismo Padre, ni más…ni menos que ellos.
Todos dejan sus chanclas en la puerta, porque saben que van a pisar suelo sagrado. Entran descalzos y con mucho respeto. Luego, los pequeñines, más traviesos, se cogen las chanclas de los adultos, se las ponen y van caminando con ellas por el templo. Menudos desbarajustes de calzado que montan, luego es un show ver a los mayores buscar al final de la Misa sus chanclas entre todo el montón.
Las celebraciones aquí son preciosas. Lo cantan todo, dejándose la voz y las manos, tocando todo tipo de instrumentos de percusión, todo vale si suena bien y con ritmo. Las palmas y el cuerpo forman parte de estas originales orquestas, pero todo tiene su liturgia. Unas veces se canta sin palmas, ni baile, y otras a todo lo que da. Y todos a una, como en Fuenteovejuna, excepto el diácono bajito, que no hace otra cosa que perderse, lo que provoca las risas de los más pequeños. Tienen una gran veneración por la Eucaristía y en varias ocasiones se ponen de rodillas durante la celebración. Los hombres suelen ponerse a un lado y las mujeres al otro, y el gran coro, que suele ocupar varios bancos, se coloca delante del todo.
La inmensa mayoría de los asistentes son hombres, de distintas edades, y todos llevan constantemente sus rosarios en las manos. De verdad que es increíble. Incluso en las misas diarias, los hombres son casi el triple que las mujeres. Casi la mitad de los asistentes tienen menos de 18 años. Los monaguillos sacarían matrícula de honor en el club de monaguillos de nuestro Seminario de Oviedo, porque son una joya y un lujo. Hay equipos de liturgia, de cantos, de catequistas…, con gran participación masculina. Así es el corazón de los hombres de Benín.
Ah, y se pasa la cesta dos veces. La primera para las necesidades señaladas en ese día y la segunda, tras la Comunión, para la formación y material de los diferentes grupos de la parroquia. Y para ésta, se colocan las cestas en el pasillo, y mientras se canta una canción muy alegre y repetitiva, van saliendo las personas que hayan nacido en enero y entregan alguna moneda; luego los de febrero y así hasta el final, regresando a los sitios bailando, como no podría ser menos.
Tras las celebraciones todo el mundo sale a saludarse y luego, quien quiera, puede volver a entrar para rezar, pero lo primero es el saludo. Es todo un arte que yo aún no domino. Un misionero me dijo una vez: "si te saludan con vocal contesta ‘alafia’. Sino con ‘ohhh’ y al resto de saludos ‘hummm’", porque claro, aquí no te dicen "hola, ¿qué tal?", qué va. Aquí es un saludo, y otro, y otro, todos seguidos.
El caso es que siempre me lío, y algunos ancianos, que lo saben, me cambian el saludo inicial para que meta la pata y se están riendo un buen rato, mientras yo estoy: "¿alafia?..., no, ehhh… ¿ohhh?..., vaya, tampoco, ¿hummm?...pues va a ser que no". En fin, veo que hay cosas que no cambian ni en África y mi empanada no iba a ser menos. Luego, cuando te encuentras con monjas del lugar les saludas en francés o baribá y les das dos besos, que sería lo lógico, ¿verdad? Pues no, aquí son 4 besos a unas y 3 a otras. Ufff, que el lío está armado siempre que toca saludar, y como se saluda siempre… Pero qué va, me quejo de vicio, esto es una gozada, un verdadero regalo de Dios.
Sé que el Señor trabaja mucho, y que en África se desloma, pero por las noches se viene a descansar a Benín, porque sabe que aquí la alegría la tiene asegurada con estas gentes.
Sé que llevo ya mucho de correo, pero necesito escribiros algo más. Os decía al principio que aquí va unida la evangelización con el progreso, como no podía ser de otra forma. Os voy a desvelar un secreto. Todas las ayudas que mandamos a través del Domund, o de Manos Unidas o un sinfín de intenciones relacionadas con los pobres o las misiones, verdaderamente llegan, aquí he podido confirmarlo. Y con esas ayudas es con lo que cuentan los misioneros para la construcción de pozos de agua, de dispensarios, de escuelas, de internados, o la colocación de farolas en los pueblos, donde cada noche se reúnen profesores con unos diez alumnos, de todas las edades, para poder estudiar, pues en sus casas no tienen más que una vela, en el mejor de los casos.
Fijaros que la gente de aquí ha colaborado, y mucho, en la campaña del Domund, entregando sus monedas como la viuda del Evangelio, porque ellos dices que quizá haya gente que lo necesite más que ellos. Cómo no vamos a quererles... Pues lo dicho, sí llegan las ayudas, tanto desde algunas entidades importantes, como los 10 € de esa señorina que me decía: "toma fiu, pa’ los negritos de África, nun ye munchu, pero pa’ tapar algún furaquín val". Pues a esa buena mujer le digo que han llegado y se van a utilizar, claro que sí. ¿Sabéis cuánto es al cambio? Estoy tentado a decíroslo, para que veáis la grandísima diferencia, pero prefiero deciros: "venir y lo veréis". Colaborar, ¡por Dios!, colaborar con las misiones…colaborar.
Pero esto os lo digo en serio. Daros la oportunidad de vivir algo grandísimo. Más aún si venís a colaborar. Aquí he conocido una chica de Barcelona que acabó Magisterio y se vino un año de voluntaria, para colaborar con una orden religiosa. Sólo tuvo que pagarse el viaje, la estancia es cosa de las religiosas o de los misioneros, que gustosos parten y reparten su pan de cada día. Ahora se va con dos idiomas más, el francés y el baribá, y con el amor y el recuerdo de 84 niños con los que trabajó y que la han enamorado hasta las trancas. "Pero es que yo soy panadero", podrás decirme. Estupendo, aquí podrías iniciar un proyecto para enseñar a esta gente a hacer pan como el nuestro, o pasteles, o casadielles de cacahuetes o anacardos, que es lo que abunda. Alucinaron cuando nos vieron hacer churros en la misión que Logroño tiene en Fo Bôuré.
Insisto, os lo digo muy en serio. Aquí se trabaja mucho para la ayuda y promoción de la mujer. Pero las salidas profesionales son muy escasas. Muchas, con ayudas, se compran una máquina de coser de pedal, como las de nuestras abuelas, y se ponen a la entrada de sus casas. De esta manera se ofrecen a coser todo tipo de ropa, especialmente los bubús, los trajes típicos que solemos llevar todos. Otras se dedican a la peluquería y otras a la elaboración y producción del carité, un aceite que se extrae de una planta y que tiene propiedades medicinales. ¿Que eres jardinero, carpintero, pintor, albañil, enfermero, profesor de francés o un larguísimo etc.? Estupendo, ven unos meses y enséñales a sacar mayor rendimiento a sus vidas y comparte tus conocimientos, tu experiencia y tu ilusión.
Cualquier profesión que tengas puede dejar su huella en esta gente y servir para su promoción, para abrirles alguna puerta al mundo laboral. Ellos lo están deseando. Pero aún doy un paso más…,¿no tienes ninguna profesión o estudio? No te preocupes, si sabes amar, de corazón, aquí tendrás también tu sitio, porque no hay pueblo más agradecido que este, y saborean las caricias, los abrazos, la escucha, la atención, el contacto, la cercanía y la familiaridad, aún casi mejor que los asturianos, que ya es decir, jajajaja. Ir un día por la Delegación de Misiones, en la calle El Rosal, de Oviedo, y ahí os informarán Pedro o Tere. Animaros, por Dios…por Dios y por ellos. O simplemente colaborar económicamente, aunque sea muy poco, porque como dice un gran amigo: "uva a uva va llenando la vieja la cuba".
Yo sí que quiero proponeros algo muuuuuuy concreto y muuuuuuy barato. Sé que muchos de vosotros, a los que me dirijo, tenéis contacto con niños o con ancianos, pues trabajáis en colegios, en residencias de la tercera edad, sois catequistas o sacerdotes o padres y madres, que no es poco. Mirar, ojalá pudiéramos tener un detalle de Navidad para cada familia de Bembéréké. A todo no podemos llegar, ¿verdad? Pero se me había ocurrido la idea de que podíais hablar con los niños o ancianos que conozcáis, para que en un folio dibujaran un portal de Belén o una estrella de Navidad. Sólo esos dos motivos, donde no aparezcan regalos ni luces. Ellos no necesitan que les recuerden lo que no tienen, solamente saber que su Señor, al que rezan cada día, también vivió como ellos, y que una estrella siempre brillará en su cielo africano, que es el nuestro también. Hacerme ese favor, amigos, y llevar a la Delegación de Misiones los dibujos. Aún no lo he consultado y sé que las cosas no se hacen así, pero algo me dice que no me negarán este capricho. Hay un sacerdote de la Diócesis, que vendrá a visitarnos el mes que viene, así que podrá traerlos. Estas Navidades podrían tener la imagen del Niño Jesús o de una estrella en la pared de sus casas, de la mano y los colores de asturianos de cualquier edad. No me digáis que no es barato. Bueno, si no puedes o no sabes dibujar, siempre puedes enviar dinero, ejem, lo siento, no he podido evitar pediros lo que más se necesita. Es que estamos mirando la forma de conseguir dinero para comprar una silla de ruedas, de las de dar pedales con las manos, para una mujer discapacitada y sordomuda que nos quita el sentido de lo alegre que es, a pesar de ir caminando con unas chanclas en las manos. Pero que se cumpla sólo la voluntad de Dios, sólo la suya, que ya os decía que me tenía que atar el corazón con soga corta.
Bueno, no os entretengo más, creo que he aprovechado bien el último día de internet, hasta la siguiente y lejana oportunidad. Muchas cosas quedan aún por contar, pero poco a poco. Perdonar el rollo, pero necesitaba liberar tanto sentimiento. Soy muy feliz y no es para menos, aquí cumplo tres de mis grandes sueños: conocer África, vivir una experiencia misionera y cumplir con lo que Dios tiene pensado para mí. Rezar por estos dos diáconos, pero no tanto como por esta gente y por los misioneros y religiosos, que han dicho "sí" a la propuesta radical del Evangelio. Que Dios los bendiga y fortalezca por siempre, lo mismo que a vosotros. Os quiere…este desastre, feliz como una perdiz.

P.D.: Poco a poco os iré contestando a vuestros correos, ¿vale? Cada vez que encuentre señal. Hasta pronto.