A este encuentro
histórico acudieron casi 400 delegados de 10 países para intercambiar
experiencias relacionadas con la protección del agua y los ríos, denunciar las
actividades que están contaminando el agua y por lo tanto poniendo en peligro
la vida de las personas de la Amazonía y dar esperanza para que esta lucha
continúe.
Es paradójico
que, en la mayor reserva de agua dulce del planeta, casi la mitad de la
población del departamento de Loreto no tenga acceso al agua potable por red
pública. Y no solo eso, el agua de los ríos está siendo contaminada por diferentes
actividades como pueden ser el narcotráfico, los monocultivos intensivos, la
explotación petrolera y especialmente la minería ilegal de oro a través de
dragas.
En ríos como el
Nanay, Tigre, Pastaza, Marañón, Putumayo o Napo, los habitantes sufren graves enfermedades
debido a la contaminación de las aguas. El origen de esta situación, como
denunciaba en la cumbre el cardenal Carlos Castillo, arzobispo de Lima, es la
avaricia de un sistema económico que rapiña toda la riqueza natural en busca
del beneficio económico.
Nos conmovió a
todos los asistentes los testimonios en primera persona de los defensores y
defensoras de los ríos. Personas, en su gran mayoría indígenas, que no temen
arriesgar su vida por proteger su medio de vida, su territorio, sus ríos.
También nos
enorgulleció como misioneros la firme defensa que la Iglesia está haciendo del
medio ambiente en esta región. Los obispos de Iquitos, Puerto Maldonado o
Aguarico, entre otros, están a la vanguardia acompañando estos procesos junto organizaciones
sociales e instituciones de la sociedad civil.
Hay un dicho
amazónico que dice que los ríos no separan, unen a las poblaciones. El gemir
del agua en estos ríos es lo que ha provocado esta cumbre, en defensa de un
medio tan vital para la vida. Unidos en el mismo espíritu de Jesús, fuente de
agua viva, la Cumbre Amazónica del Agua fue un rayo de esperanza en medio de
una realidad oscura y cruel. La Iglesia acompaña esta lucha por un medio
ambiente limpio y una vida digna.