jueves, 13 de agosto de 2015

La Misión Diocesana en Bembereké (Benin)


Bembereké es un pueblo de alrededor de 20.000 habitantes, en la diócesis de N’Dalí, en el norte
de Benín. Además da nombre, también, a la misión que, desde 1987, dirigen sacerdotes diocesanos asturianos. Una fórmula que comenzó años atrás, y que tenía como objetivo acercar la dimensión misionera a la diócesis, siendo sacerdotes de la Iglesia en Asturias los que estuvieran al frente de la misión en concreto. Una misión que se eligió, en su momento, por ser el lugar donde más presencia musulmana había, y menor asentamiento católico. 
A lo largo de los años Bembereké y su misión han ido creciendo, y son ya 36 las comunidades, además del pueblo, las que atienden los dos sacerdotes diocesanos que se encuentran en el país africano: Alejandro Rodríguez Catalina y Antonio Herrero Casares.
Alejandro Rodríguez, concretamente, se encuentra pasando unos días en Asturias. Procura venir casi todos los años y una de las citas a las que no suele faltar es la celebración de San Melchor de Quirós, en el Santuario de Cortes. Un día donde, acompañados por el Arzobispo, los misioneros asturianos que se encuentran en su tierra natal, jubilados o de vacaciones, se reúnen para compartir experiencias.
Según explica él mismo, actualmente en la misión diocesana hay un templo construido en cada una de las 36 comunidades que la conforman, junto con el pueblo. “Algunas son pequeñas ermitas hechas de barro, pero a medida que la comunidad católica va creciendo y asentándose, las construcciones también se van mejorando y dignificándose en la medida de lo posible”. Lo cierto es que, a día de hoy, el misionero afirma que “no dan abasto” y que se sienten “desbordados”, entre otras cosas, porque las infraestructuras son muy insuficientes.
La labor de los misioneros allí, además, es interminable. “Trabajamos en todo –comenta Alejandro-. Lo fundamental para nosotros es la atención a las distintas comunidades y grupos.
Por tanto, todos los días prácticamente hay visitas: una, dos o tres, dependiendo del día. Tenemos las zonas divididas entre los dos para que tengan una atención continuada, poniendo especial acento en la formación, sobre todo de los catequistas”.
Y es que los catequistas en la misión diocesana se forman con una seriedad y un compromiso digno de alabanza. “Hay una escuela de catequistas –explica el misionero–. Cuando una comunidad va creciendo y se ve la necesidad de que tengan más formación, si hay una persona que vemos que tiene facilidad, se la envía a esta escuela. Ahí están alrededor de 8 meses, si están casados se van con toda su familia, y se forman en diversos cursos que giran en torno a distintos temas: desde cursos bíblicos, hasta temas morales, o más directamente relacionados con la catequesis, etc.” Durante todos esos meses, la comunidad de la que el catequista ha salido se compromete a sostenerlo para que no le falte de nada. Para ello, trabajan sus campos y realizan todas las actividades necesarias para su sustento.
Un sustento que, visto desde los ojos occidentales, es más bien relativo. Porque, como reconoce Alejandro Rodríguez, “allí, más que de pobreza, cabría hablar de miseria”. Y al mismo tiempo, “de explotación –afirma el misionero– y de injusticia, más aún en este mundo globalizado, donde esa explotación es si cabe más salvaje”. Se refiere, por ejemplo, al cultivo del algodón, un producto “impuesto desde la época de la descolonización”, que hace años les proporcionaba algo de dinero, pero que últimamente ya no es rentable porque hay otros grandes productores de algodón en el mundo, como es el mercado chino, que imponen los precios y van muy por delante del mercado africano. “Vivir de la tierra en Bembereké es complicado. –reconoce Alejandro–. Además dependen de las lluvias y este año parece que no llueve: una preocupación más porque habrá mala cosecha”. Por ello, “en estos últimos meses la mayor parte de la gente en la misión está comiendo una vez al día”, se lamenta.
A la falta de alimentación y de dinero, se suma la enfermedad. La más habitual en la zona es la malaria, con un promedio de 70 muertos al mes en la época de lluvias, que allí comienza a partir de julio, y que se agrava con enfermedades respiratorias o intestinales.
Si alguien desea intentar salir de ese bucle eterno y constante de miseria, donde no se ve una
salida, es probable que termine en las granjas de Nigeria. Allí, niños desde los 8 años y jóvenes trabajan en condiciones de esclavitud 12 horas al día, 7 días a la semana, sin un centro de salud cerca, y donde, ante cualquier enfermedad o accidente, acaban falleciendo. “Las grandes dificultades de esta gente es no poder hacer frente a las necesidades más básicas, como comer, vestirse o trabajar”.
“De ahí –recalca– la importancia de la formación, especialmente en niños y jóvenes. El año pasado hicimos una inversión muy importante en la biblioteca de la misión, en colaboración con Colombres que es la parroquia que más colabora de toda Asturias, y logramos invertir una buena cantidad en libros para uso general de los chavales. Además, también estamos lanzando un cíber con buena conexión a internet, porque en todo el pueblo no hay nada”.
Y es que el misionero recuerda que la misión de Bembereké también es una parte de la Iglesia en Asturias y es importante tenerlo presente para que las parroquias y los arciprestazgos colaboren con ella. Una misión que, además, da muchos frutos, pues son seis los seminaristas de Bembereké que en este momento se están formando para ser sacerdotes; dos de ellos, serán ordenados en cuestión de meses.
La presencia de templos y sacerdotes católicos se hace aún más urgente si cabe en la zona, ante la presencia alarmante de imanes cada vez más radicalizados. “Llegan del exterior, han sido educados en países de influencia sunita como Egipto o Nigeria, y que tienen una prédica distinta y más radical que los imanes tradicionales, con quienes nunca hemos tenido ningún problema”, sostiene Alejandro. “Se les distingue por la forma de vestir, su pantalón corto que no puede tocar la tierra, la barba y sobre todo la forma de hablar. La multiplicación de mezquitas, todas bien visibles a lo largo de las carreteras, de construcción muy similar, hace pensar que reciben financiación del exterior, y aunque estamos lejos del área de influencia de Boko Haram, sabemos que no estamos exentos de que en algún momento se produzca algún atentado”, reconoce.