viernes, 27 de enero de 2017

Ciudad de Guatemala, 23 de enero de 2017



«SAL DE TU TIERRA» (Gen 12, 1)

Sal de tu tierra otra vez, aunque tengas 67 años. Sí, otra vez. No es la primera vez que me toca salir y ponerme en camino. Unas veces de España a la misión, y otras veces de la misión a España ─que no deja de ser otra misión más donde el Señor te envía─. Y siempre que te pones en camino, tienes algo que dejar y alguien que amas a quien tienes que sacrificar ─como Abrahán─, lo mismo en tu tierra, de donde eres nacido y criado, como allá, en cualquier lugar donde el Señor te manda que
vayas.
Los misioneros nos encariñamos tanto de la gente, que, en cualquier lugar donde nos encontremos, se nos parte el corazón cuando, una vez más, nos toca partir a un nuevo destino, sobre todo cuando a veces no sabes ni a dónde vas en concreto ni qué es lo que los superiores o responsables quieren que hagas. Sales dejando tu corazón en vilo, porque has amado mucho, y te pones en camino porque sabes que otros también te necesitan para que les anuncies el Evangelio de Jesús, como tú también necesitas de ellos para que este anuncio lo pongas en práctica.
Bien, pues llegó la hora de salir otra vez de mi tierra. Esta vez para ir a Guatemala, donde ya había estado hace veinte años. Al aeropuerto me acompañan los padres Florentino y Lorenzo. Durante estos seis años en España he viajado tantas veces en autobús, en tren y en avión, que parece que todavía sigo aquí, sin apenas darme cuenta de la realidad que estoy viviendo: que me estoy yendo de verdad de España. Sólo cuando siento el cansancio de pasar varias horas sentado en el avión y siento también el aburrimiento de no estar haciendo nada, en un hiperactivo como yo, es cuando caigo en la cuenta de que ya no estoy en España y que una nueva aventura misionera comienza para mí.
Llego a la Ciudad de Guatemala y allí me está esperando el P. Vicente Clemente, muy conocido por muchos amigos nuestros, bienhechores de las misiones. Salí de la casa de los Misioneros Combonianos de Madrid con 3 grados bajo cero (eran las 9 de la mañana), bien abrigadito, y llego a Guatemala con 25 grados. Todos estamos ya sudando dentro del avión, y sobre todo en el aeropuerto, del cambio tan brusco. Son las 16: 30 del jueves día 19 de enero de 2017.
El sábado estuve en la ordenación episcopal de un misionero dominico español que yo conocía mucho de los años anteriores que pasé en Guatemala. Todo el mundo le conoce cariñosamente como el «P. Papito», hasta los mismos obispos. Conmigo concelebran también los padres españoles Vicente Clemente y Ramón Pascual. Unos cantos son amenizados por un coro maya, con su típico repertorio indígena y al son de marimbas, y otros cantos, también preciosos, me recuerda la música de Lourdes y de Taizé. Una liturgia musical, pues, encantadora.
El Domingo por la mañana celebro mi primera Eucaristía con pueblo en una capilla moderna y muy grande. «¿Y se llena la iglesia? ─pregunto al laico responsable de Liturgia─». «Sí, padre ─me responde─, y también en las otras tres Misas». Que haya otras tres Misas en una iglesia que ni siquiera es parroquia y que en las tres se llene es algo que me asombra. Como asombroso es también que en esta primera Misa que estoy presidiendo me acompañen 12 servidores, todos adultos ─hombres y mujeres─ menos tres niños, y todos tienen su ministerio propio a realizar. El responsable me dice que el equipo litúrgico está formado por 28 servidores, sin contar los niños. Veo mucha gente joven en la iglesia, pero, cosa extraña, pocos niños. La Eucaristía dura una hora y cuarto ─lo normal aquí, me dicen─. Al terminar, el responsable me avisa para que vaya al fondo del templo para despedir a la gente, pero la gente lo que hace es darme una calurosa bienvenida, de tal manera que, con tanto joven y con tanta sonrisa en gente tan sencilla, se me parte el corazón. ¡Estoy en Guatemala! Y a Dios le doy las gracias por ello.

P. Damián Bruyel Pérez
Misionero Comboniano