lunes, 17 de febrero de 2020

“Vivimos con gozo y alegría que la Iglesia reconozca este martirio"

Publicado el 14/02/2020 Arzobispado de Oviedo
“Vivimos con gozo y alegría que  la Iglesia reconozca este martirio”
Hace poco más de dos semanas el Papa Francisco firmaba el decreto de martirio de tres misioneros del Sagrado Corazón, asesinados en Guatemala, junto con siete compañeros laicos, catequistas. Uno de estos misioneros era asturiano, se trataba de Juan Alonso, natural de Cuérigo (Aller). Los episodios de violencia se produjeron a finales de los años 70 y principios de los 80 del pasado siglo, y fueron vividos en primera persona por cuatro sacerdotes asturianos que llevaban a cabo su labor pastoral, en aquellos momentos, en la misión diocesana del Quiché. Debido al peligro que corrían, y alentados por el entonces Arzobispo de Oviedo, Mons. Gabino Díaz Merchán, los sacerdotes diocesanos regresaron a Asturias; tan solo unos pocos, como Juan Alonso, decidieron voluntariamente quedarse en la zona, siendo finalmente secuestrados por el ejército y ejecutados.
El origen de la misión asturiana en Guatemala se remonta al año 72, cuando se reunieron varios sacerdotes que deseaban ir a misiones. “En aquel momento se encontraba activa la misión en Burundi –explica César Rodríguez, actual párroco de Selorio, y uno de los misioneros que vivieron en Guatemala–. Pero vimos que estaba bien abastecida de gente. Se pensó entonces en abrir horizontes y mirar hacia América. Visitamos Guatemala, Honduras y Perú, y nos decidimos por la primera porque, entre otras cuestiones, había bastantes misioneros y religiosas asturianos –en su mayoría del Sagrado Corazón y Dominicas– y nos pareció que aquella circunstancia podía facilitar nuestra estancia allí”.
Su labor en Guatemala se centraba en la atención a tres parroquias, que comprendían unas 98 comunidades. Entre semana visitaban las comunidades y el fin de semana se organizaban para celebrar la eucaristía en las parroquias cabecera. A pesar de la desproporción entre el número de comunidades para atender y el número de sacerdotes, el compromiso y la responsabilidad de los catequistas suplía las carencias. “Estos catequistas se reunían una vez al mes en las parroquias; allí revisábamos la marcha de las comunidades, trabajábamos con ellos el guión de las celebraciones que iban a tener lugar durante el mes y así funcionábamos –explica Marcelino Montoto, otro de los sacerdotes que vivió en la misión diocesana de Guatemala–. La participación de los catequistas era fundamental y de hecho cuando tuvimos que abandonar aquello y se quedaron sin obispo y sin sacerdotes, porque todos tuvimos que salir en la época de la violencia, la fe en las distintas comunidades se mantuvo gracias al trabajo y la labor de los catequistas. Por eso creo que debemos destacar el trabajo y el compromiso de los laicos en la Iglesia de Guatemala. De los siete mártires laicos que van a beatificar, dos de ellos pertenecían a nuestras parroquias. Y podrían beatificar a muchos más –añade el párroco de La Milagrosa (Gijón)– porque en aquella época de violencia mataron a un montón de gente comprometida con el pueblo”.
Un territorio en el que “siempre había violencia”, explica José María Orviz, antiguo misionero en Guatemala y actual párroco de San Esteban de Leces. “Unas veces estaba más oculta, pero los secuestros, las violaciones y los asesinatos eran el pan nuestro de cada día”. “Los paramilitares –afirma– perseguían a los líderes de las comunidades, a los catequistas y a todo aquel que defendía al pueblo.  Era común que aparecieran un día dos cadáveres en un barranco, otro día cuatro, y así continuamente”. “Al llegar nosotros –recuerda– formamos un equipo fuerte en la diócesis, ya que llegamos a ser cuatro misioneros asturianos y cinco religiosas. Esto daba cierta fuerza a la pastoral que intentábamos desarrollar en el pueblo, de tal manera que, al ser la voz de los sin voz, el ejército empezó a perseguirnos, a grabar lo que decíamos e intentar acallarnos”.  Una estrategia que no funcionó, por lo que “llegaron las primeras amenazas”.
“Acusaron al convento de Uspantán, donde vivíamos, de ayudar a la guerrilla, cosa que era totalmente falsa –explica Orviz–. Nosotros ayudábamos a los pobres. Por supuesto, ni a los guerrilleros, ni al ejército, pero este último, para intentar desprestigiarnos, pretendía acusarnos de guerrilleros. Llegaron a acusarnos de la toma de la embajada de España, donde murieron 37 campesinos de la zona de Uspantán, para confundir a sus gentes. Y entonces comenzaron a atacarnos. Vino el primer ametrallamiento, luego el segundo, y con gran tristeza tuvimos que irnos. Si nos hubiéramos quedado un día más, habrían terminado con nosotros”
“A los pocos días de irnos –recuerda José Antonio Álvarez– mataron a varios misioneros, y el obispo de la diócesis recomendó a todos los religiosos que abandonaran el lugar. Juan Alonso, asturiano, quiso quedarse voluntariamente, y el 15 de febrero de 1981, saliendo de Uspantán para decir misa, fue secuestrado y asesinado”.
Los cuatro sacerdotes que permanecieron en la misión diocesana en el Quiché, en aquellos tiempos de violencia extrema, aseguran vivir “con gozo y alegría el hecho de que la Iglesia universal, después de 40 años, reconozca a estos mártires”. Y recuerda que no se trata solo de tres misioneros mártires, sino que consideran fundamental tener presentes y no olvidar a los siete laicos catequistas que serán beatificados, y que representan a tantos agentes de pastoral que, en aquellos tiempos, “dieron la vida por el servicio al pueblo”. Allí, en Guatemala, una tierra que marcó su vida para siempre y que han procurado tener presente a lo largo de estos cuarenta años de servicio a la diócesis de Oviedo, son conscientes de que la beatificación de estos sacerdotes y laicos es “un acontecimiento y una gracia de Dios”. Ambos testimonios, la entrega de los sacerdotes y el compromiso de los laicos, ha fructificado en aquella tierra guatemalteca, multiplicando las vocaciones al sacerdocio y fortaleciendo el compromiso del pueblo.