martes, 22 de diciembre de 2020

MENSAJE Y FELICITACION NAVIDEÑA QUE ENVIA D.JESUS SANZ,ARZOBISPO DE OVIEDO,A TODOS LOS MISIONEROS ASTURIANOS


 “Son las fechas navideñas las que más nos acercan el abrazo de Dios, haciéndose un pequeño niño para aprender desde el primer instante la aventura de nuestra humanidad. Siempre conmueve este gesto divino de encarnarse como hombre. Y es lo que en vuestra vocación misionera también vosotros hacéis: dejar casa, padres y amigos, lengua y cultura, para ir a donde la Providencia os envía y anunciar allí el santo Evangelio de la más hermosa Buena Noticia. Por eso aprovecho estas fiestas para felicitaros por vuestra navidad misionera. Dejadme que os cuente un recuerdo justamente de estos días hace unos años.

En mis años romanos, tiempo de dedicación intensa al estudio durante mi doctorado, llegando los días previos de la Navidad hacíamos una tregua en esa intensidad. Dedicábamos un tiempo cada día para ir preparando el “nacimiento o belén”, que en tantas iglesias romanas se instalaban como ambientación navideña. En Italia también prendió grandemente el gesto de San Francisco de escenificar en nacimiento de Jesús, reconstruyendo esa escena a través los llamados ‘belenes vivientes’, que luego fueron poco a poco transformándose en ‘belenes artísticos’ con una reproducción en miniatura de aquella noche de salvación junto a la Santa cueva de Belén. Fueron especialmente famosos por su calidad y originalidad los belenes napolitanos, que tenían su cierto sabor español por ser durante siglos un reino vinculado a la corona de Castilla.

Nuestra comunidad romana estaba localizada en el barrio más popular y antiguo de la Ciudad Eterna: el Trastévere. Allí teníamos (seguimos teniendo) los franciscanos una comunidad. Llegó un momento en el que uno de los frailes estaba dotado de verdaderos talentos arquitectónicos. Era bueno en la filosofía, en la teología, en la música, y en la bondad religiosa con la que vivía su entrega fraterna lleno del amor de Dios. Pero, también el cielo le bendijo con el arte que primorosamente sus manos sabían amasar arquitectónicamente. Entonces ideó hacer un belén diferente. Reconstruyó en escayola nuestra calle: los edificios reproducidos a escala de modo perfecto, las tiendas que en la acera par y la impar llenaban la vía de escaparates (tiendas de comestibles, de ropa, librerías, peluquerías, restaurantes y pizzerías…), la plazuela frente a nuestra iglesia y, por supuesto, la fachada de ese templo tan característico del barroco romano.

Pues bien, en medio de esa postal costumbrista, donde no faltaban las cuerdas con la ropa tendida para seca de lado a lado de la calle, quiso nuestro buen fraile colocar el corazón de todo nacimiento: la escena de María y José, con el pequeño Jesús recién nacido, más la mula y el buey, y algunos curiosos adoradores que como pastores modernos se postraban ante el misterio del nacimiento de Dios hecho hombre.

Parecía algo anacrónico, realmente extrapolado, porque esa escena en miniatura que representaba el paisaje de nuestra vida cotidiana, aparentemente no se avenía con lo que había sucedido en la ciudad de Belén de Judá dos mil años antes. O… quizás sí, más de lo que pudiera parecer. Y así se explicaba a los fieles cristianos, muchos de ellos turistas curiosos en ese diciembre frío de Roma, que en realidad se estaba dando precisamente ese mensaje: lo que entonces sucedió en Israel veinte siglos atrás, sigue sucediendo en cualquier rincón de nuestro mundo actual dos mil años después.

Dios ha querido tener domiciliado su gesto de hacerse hombre en las calles que a diario yo frecuento. Lo que ven mis ojos en el vaivén cotidiano tejido de tantos momentos, tantos colores, tantos climas y circunstancias, es lo que contemplan sus divinos ojos también. Lo que me arruga, me entristece y enajena, lo que me hace crecer y madurar llenando mis pasos de alegría, todo eso es lo que Él acompaña.

No, no era anacrónico nuestro belén costumbrista del Trastévere romano, sino un modo de meternos como hace el mismísimo Dios en el belén de la vida cotidiana, por donde deambula y discurre su mensaje de gracia y esperanza. La vida es un inmenso nacimiento viviente, como lo soñó San Francisco, y como lo han expresado con arte y talento nuestras asociaciones belenistas, nuestras familias y parroquias que han mantenido esta hermosa tradición cristiana. Estoy seguro, porque lo pude comprobar cuando una Navidad estuve en la misión diocesana de Benín, que también por vuestros distintos lares misioneros, podéis comprobar con asombro y gratitud vosotros lo mismo. Dios se hace también hueco en todos vuestros rincones en donde anunciáis a Jesucristo. Por eso nos felicitamos la Navidad cada año, deseándonos que siga sucediendo como luz en nuestras zonas más oscuras aquella gracia de Dios que se hace niño para bien de toda la humanidad que vino a salvar. De todo corazón, os mando mi felicitación, mi abrazo fraterno y la bendición”.