Dentro de este recorrido que estamos haciendo en el
año de la Fe, tenemos la cita anual que nos recuerda nuestra condición
misionera que se deriva de nuestra identidad cristiana, sea cual sea nuestra
vocación y quehacer en la vida y en la comunidad eclesial. La Jornada del
Domund no se ciñe solamente a una colecta a favor de nuestros misioneros y de
la obra evangelizadora que ellos llevan adelante. Por supuesto que haremos esa
recogida de donativos para sostener a estos hermanos y hermanas que han sabido
darse a sí mismos al Señor y a los que Él les enviaba. También rezaremos por
ellos para que sean verdaderamente anunciadores de la Buena Noticia de
Jesucristo, instrumentos de la paz y constructores de la Iglesia del Señor allí
donde se encuentran. Y reconoceremos la labor educativa y social que ellos
llevan adelante en tantos puntos escondidos de nuestro mundo aunque no sean
primera noticia en los informativos del día.
Nuestros
misioneros son testigos de la fe en los lugares más insospechados, en medio de
las situaciones humanas, sociales y culturales a veces más complicadas y devastadas.
Pero ese testimonio de la fe sabe despertar la esperanza en los corazones
cuando con los gestos del amor cristiano logran relatar el por Quién lo hacen,
dado que semejante y tamaña entrega se hace posible mirando al crucificado por
amor, que dio la vida hasta el extremo, que resucitó de su muerte y de la
nuestra, para regalarnos la indómita aspiración de llegar a ser hijos de Dios,
siéndolo de esta Iglesia y en medio de nuestro mundo actual.
El
lema de este año reza precisamente así: fe y caridad, hacen la misión. Es decir, no
somos un extintor que sólo actúa en caso de incendio; no somos el gran gendarme
en el barrio de la humanidad, sino gente sencilla que busca a Dios, que se deja
encontrar por Él, y que apoyados en su gracia y cercanía, logra transformar el
pequeño trozo de mundo que tenemos bajo los pies.
El
Papa Francisco, que tantas veces nos ha invitado a salir de nosotros mismos, a
despojarnos de todo lo mundano que nos hace extraños cristianos, a aventurarnos
en las periferias de nuestro tercer y cuarto mundo, nos ha dejado también un
hermoso mensaje para esta Jornada del Domund. Él dice cómo «vivimos en una
época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no solo la economía, las
finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del
sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. La convivencia
humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga
para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja,
donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes
amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las
realidades el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación,
comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación;
anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del
mal y conducir hacia el camino del bien.
El hombre de nuestro tiempo necesita
una luz fuerte que ilumine su camino y que solo el encuentro con Cristo puede
darle. La Iglesia no es una organización asistencial, una empresa, una ONG,
sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu
Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y
desean compartir esta experiencia de profunda alegría». En esta vivencia
estamos, unidos a nuestra misión diocesana en Benin. Una fe misionera. Este es
el anuncio sencillo y audaz que queremos dar allá donde estamos.