Queridos amigos de la Delegación
de Misiones de Oviedo, un saludo fraterno desde la Amazonía peruana. Aunque
llevo poco más de un mes en la selva, me asomo por aquí para contaros mi
primera experiencia fuerte de misión.
Desde el vicariato nos sugirieron
la posibilidad de acompañar a Dominik, misionera laica que lleva en la zona más
de 40 años, en su visita por las comunidades quichuas del alto Napo. Nos
pareció una idea estupenda para conocer la realidad del lugar y empaparnos de
la experiencia de una gran misionera. Con todo, preparamos nuestra mochila y
tras más de 8 horas en bote, nos plantamos en la comunidad de Angoteros, lugar
de residencia de Dominik.
Domi es una misionera de los pies
a la cabeza. Tras más de 40 años en el vicariato, conserva una energía fuera de
lo común. Su vitalidad y su carácter sociable, hacen que todo el mundo la
recuerde allá por donde pase. Tras dos días conviviendo con ella en su humilde
pero acogedora casa, nos embarcamos junto con Alipio, que haría las veces de
motorista del bote y colaborador en las celebraciones con sus intervenciones en
el idioma quichua. El primer destino era Pantoja, en el extremo norte del
vicariato, ya en la frontera con Ecuador. De ahí estaríamos 7 días acompañando a
Domi y Alipio en su visita a las comunidades bajando por el Napo.
En cada comunidad la dinámica era
básicamente la misma. Se preparaba una reunión en algún local comunal y se
hacía la celebración de la palabra, además de abordar en un taller la importancia
de la conservación de la Amazonía como “Casa Común”. Si había alguna persona
para bautizar o alguna pareja que deseara contraer matrimonio, se aprovechaba
la celebración para impartir estos sacramentos.
Y fundamentalmente visitas, mucha
escucha y mucho compartir con las personas. Entorno al masato, bebida
fundamental para los pueblos amazónicos, se entablaban conversaciones de lo más
variado que hacían surgir un ambiente de fraternidad. Llegada la noche, tocaba
montar la tiende de campaña para descansar y “arrancar” al día siguiente a otra
comunidad.
A lo largo de esos días visitando
las comunidades, pudimos comprobar las difíciles condiciones de vida que sufren
sus moradores. Caseríos donde la gente vive en condiciones de gran pobreza y
que están tremendamente aislados, donde el estado apenas llega. La educación es
sumamente deficiente y la sanidad, a pesar de que hay una red de postas en
diferentes puntos, también tiene grandes carencias.
Y en medio de esta realidad,
surge una economía ilegal que está envileciendo la vida en la Amazonía. Tala,
minería, narcotráfico… son realidades que marcan el día a día de estas
comunidades y que dificultan sumamente la vida de sus moradores. Además de
suponer la causa fundamental de contaminación y destrucción del bosque
amazónico y sus ríos.
Han sido días de condiciones
duras a nivel físico y por la falta de comodidades. En muchas comunidades no
hay luz, hay que ingeniárselas para conseguir agua para poder hervirla, no hay
baños y toca lavarse en el río… Pero a pesar de ello la experiencia ha sido
maravillosa. Un ejercicio de sinodalidad y misión compartida por parte de una
misionera laica. Por ahí va el futuro de la Iglesia.
Doy gracias a Dios por habernos
permitido compartir esta experiencia y le pido que siga iluminando nuestro incipiente
camino por estas tierras amazónicas, acompañando a la gente sencilla en su vida
y en su fe.
Un abrazo