Queridos amigos de la Delegación
de Misiones de Oviedo, un fuerte saludo desde tierras hondureñas. Estamos
terminando el período litúrgico de la Pascua, momento privilegiado para
experimentar la presencia de Jesús resucitado, y cómo a través del Espíritu
Santo actúa en nuestras vidas. Afrontamos el largo período del Tiempo
Ordinario, con el sentido de llevar a nuestro día a día, a nuestra rutina, esa
presencia salvadora, con el reto de transmitirla a los demás.
Cada Semana Santa celebramos el
amor insondable de Jesús hacia la humanidad (Jueves Santo), su adhesión hasta
el extremo a la voluntad del Padre (Viernes Santo) y el triunfo de la Vida
sobre la muerte y el pecado (Vigilia Pascual). Pero, aunque celebremos por
separado estos misterios, están íntimamente entrelazados y no es posible
entender uno sin los otros.
Y esa experiencia profunda de la
Semana Santa, es la que se vive día a día aquí, en la misión de OCASHA-CCS en
Honduras. Porque aquí se convive con la realidad más dura y con las ganas de
superación más fuertes. Se experimenta vivamente la cruz y el calvario en cada
niño desnutrido, en cada joven que es captado por una pandilla, en cada persona
que no ve otra salida que la emigración ilegal… Tantas realidades que
actualizan ese Viernes Santo maldito.
Pero en medio de esa realidad
terrible de injusticia, pecado y muerte, aparecen irrumpiendo en la oscuridad
destellos de una esperanza que apunta a un futuro diferente. En nuestro día a
día con los jóvenes, somos testigos de unas ansias de superación como antes no
habíamos descubierto. Jóvenes que tienen que superar un sinfín de
contratiempos: familias que se oponen a que estudien, dificultades económicas,
falta de recursos en sus comunidades… Pero al final, pueden más sus ganas de
aspirar a un futuro mejor. Las ganas de vivir, venciendo a la fatalidad y la
injusticia seculares que vive el país.
En esta tierra centroamericana,
también sentimos muy viva la presencia de los mártires que, al ejemplo de
Jesús, amaron a sus hermanos hasta el final. Monseñor Romero, los mártires de
la UCA y de El Quiché, Juan Alonso, Juan Gerardi, Gaspara García Laviana… y
cómo no, la indomable y rebelde Berta Cáceres, lideresa del pueblo indígena
Lenca de Honduras. Todos ellos sintieron, como decía el gran Pedro Casaldáliga,
que las causas que defendían eran más importantes que sus vidas. Al igual que
Jesús, que descubrió que más importante que su vida, era cumplir la voluntad de
Dios de anunciar un reino nuevo de justicia, amor y fraternidad, aunque eso
conllevara terminar clavado en una cruz.
Pero sabemos que ése no es el
final. Cada 2 de marzo, cuando se conmemora el asesinato de Berta Cáceres,
algunas de las consignas que se repiten son “Berta no murió, se multiplicó” o
“Berta vive y vive, la lucha sigue y sigue”. Lo que se pretende es hacer
referencia a esa experiencia profunda de que el sacrificio de tantos mártires
no es en vano, y que su muerte es semilla de Resurrección, representada en
energías renovadas para seguir con la lucha por un mundo más humano, al estilo
de Jesús.
Porque como ya lo decía también
Casaldáliga, el cristiano solo tiene dos alternativas, o vivo o resucitado.
Ojalá nuestra vida sea un reflejo de esa alegría profunda que da la fe en un
Dios que está vivo y nos acompaña cada día.
Un abrazo fraterno - Lucía y Alfonso