El jueves 27 de julio , asistiremos a Santo Toribio de Liébana (Cantabria) a celebrar el Día de los Misioneros Asturianos y ganar el jubileo. Si nos quieres acompañar avísanos con tiempo pues tenemos que organizar la comida y el autobús
Misión Bembereke
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Homenaje de la aldea allerana de
Cuérigo al Beato mártir misionero
P. Juan
Alonso.
Al cumplirse el segundo aniversario de la beatificación de los mártires de El Quiché (Guatemala), la comunidad parroquial de Cuérigo, aldea natal de uno de ellos, el P. Juan Alonso, ha decidido conmemorar ese acontecimiento religioso con una solemne Eucaristía concelebrada por sacerdotes diocesanos y miembros de la Congregación a la que él pertenecía (Misioneros del Sagrado Corazón) y actos varios de confraternización festiva popular. El sentimiento de presencia de Juan se hace de algún modo más explícito, al final de la celebración litúrgica, con el acto de veneración de una reliquia suya que se conserva en un altar lateral. Revive también su memoria en el encuentro posterior de los asistentes ante la placa que recuerda la imposición de su nombre, por parte de la Corporación Municipal de Aller, a la calle que bordea la Iglesia y baja directamente hasta el centro del pueblo.
Las palabras de San Pablo, referidas a
Jesucristo, que se citan en el epígrafe
de este apunte periodístico (en ÉL
solo hubo sí) fueron el lema elegido por
él mismo en el día de su ordenación sacerdotal, en Junio de 1960, y cuyo
significado explicó en su primera Misa,
coincidiendo con la festividad del Corpus
Christi. Ellas constituyeron la referencia básica a la que intentó atenerse
fielmente en sus veinte años de labor evangelizadora y de actuaciones complementarias de promoción y
servicio: SÍ a su condición de
religioso consagrado; sí a su
ministerio sacerdotal; sí a su
vocación misionera y sí definitivo
final a la ofrenda martirial de su vida en favor de las comunidades indígenas
mayas que le habían sido confiadas y que
estaban siendo masacradas, expoliadas de sus tierras, agredidas en su identidad cultural y forzadas a la
emigración o el exilio, quedando prácticamente desposeídas de futuro. Como ha
expresado muy certeramente D. Juan Luis Ruiz de la Peña, maestro de teología,
mentor intelectual y guía religioso de varias promociones de sacerdotes
de esta Archidiócesis, sólo quien ha llegado a entender la propia vida como don recibido puede vivirla también auténticamente como don de sí mismo a los demás. Ese ha sido el mensaje de Jesús y así
comprendió ÉL su existencia y dispuso de ella en favor nuestro, acuñando un nuevo
paradigma de lo humano.
En un cuadernillo de
Anotaciones y apuntes personales que Juan inició en sus años de formación y fue
completando posteriormente, sobre todo durante las tres ocasiones en las que
regresó al pueblo desde El Quiché (1965,1971 y 1977), se contienen reflexiones
muy reveladoras de su sentimiento de arraigo en el Cuérigo de su infancia y
adolescencia. En esa aldea entrañable, y a pesar de las penurias y privaciones
que imponía la situación del país en la época que precedió y siguió a la Guerra
civil, tuvo la fortuna de formar parte de una familia donde todo era
compartido: el pan, el trabajo, la fatiga cotidiana, la
voluntad de mantenerse unidos, el apoyo mutuo,
la ayuda desinteresada a los vecinos y la decisión de seguir afrontando
con coraje los retos no previstos del
porvenir.
En ese empeño tuvo un protagonismo fundamental
nuestro abuelo, conocido familiarmente en el pueblo como Xuan de Ná. A pesar de ser casi analfabeto supo inculcar a los
nietos que vivíamos con él modos de pensar y sentir que veíamos reflejadas en
su propia vida. Casi sin advertirlo, por sus palabras, actitudes y
comportamientos íbamos comprendiendo el
significado del trabajo, de la honradez, de la fidelidad a la palabra dada, del
humor, de la amistad, del deber de aprender del pasado y de responsabilizarse
del futuro. Si se considera maestro a
una persona que sabe impartir algo más que conocimientos, él fue nuestro
maestro: nos enseñó una forma de vida. Era uno de aquellos corazones labriegos que Ortega y Gasset decía haber sentido
latiendo en los aldeanos de Asturias y a los que atribuía una profundidad de
pensamiento que rara vez encontraba en las cátedras universitarias.
La labor misionera
de Juan y de sus compañeros en el Departamento de El Quiché, entre los años
sesenta y ochenta y uno, centró su
interés preferente en llevar a la práctica el nuevo impulso hacia la inculturación del Evangelio, alentado
por el Vaticano II, profundizado por S. Pablo VI y que estuvo muy presente en las conclusiones
doctrinales de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de ese periodo
(Medellín, en 1968, y Puebla, en 1979). Se trata de encarnar el mensaje
cristiano en aéreas culturales concretas, no a modo de adaptación decorativa o
superficial sino de forma vital, en profundidad. Y para ello se constatan
hechos, se sugieren alternativas, se establecen pautas de actuación en favor de
los grupos étnicos, la reanimación de su cultura y la defensa de sus derechos.
Es evidente que este
proceso de inculturación del Evangelio y su aceptación por la fe tiene
características propias en los diferentes países y comunidades, pero hay
criterios y modos de proceder que son comunes a todos los implicados en este
empeño misionero. Es ineludible, por ejemplo, un periodo previo de aprendizaje,
de presencia y cercanía, de progresiva identificación con el mundo interior de
los diferentes grupos étnicos, de percepción desde dentro de sus aspiraciones
explícitas y de sus anhelos latentes.
Efectivamente, la cultura ligada a su identidad está hondamente arraigada en un marco físico
natural y en un entorno humano en el que inciden tradiciones y costumbres,
pautas individuales de comportamiento, criterios de convivencia familiar y
comunitaria, formas y técnicas de trabajo, procedimientos originales de
creación artística y modos peculiares de relacionarse con la naturaleza,
juntamente con las creencias religiosas que los vinculan con la Trascendencia.
El homenaje de los
parroquianos de Cuérigo, desde este rinconín entrañable de nuestra Asturias
rural, al testimonio martirial del beato Juan Alonso, es un acontecimiento de
poco o nulo interés para las redes informativas habituales, pero deja entrever la necesidad de que personas
individuales y grupos o movimientos solidarios de diversa mentalidad, ideología
o creencia, compartan el ideal común de participar en la llamada globalización positiva, generadora de
auténtica humanización y de impulso creativo capaz de ampliar el margen de lo posible en favor de los más necesitados. Se
contrapone asi a aquella otra globalización
excluyente y disgregadora en la que prevalecen la especulación y la
competencia, el consumismo egoísta, la obsesión por el control de los mercados
y el intento de que se imponga, con validez universal, el llamado pensamiento
único. Esa intencionalidad positiva y disponibilidad para crear espacios de
entendimiento y compartir compromisos de acción solidaria están muy presentes
en el actual despertar sinodal de las comunidades cristianas,
avance evidente de las líneas maestras del Vaticano II: Iglesia evangelizadora
y de comunión, Iglesia en diáspora y peregrina, Iglesia profética y martirial,
Iglesia del pueblo de Dios misionero.
Fdo. Arcadio Alonso
Fernándezstra Asturias ruraluechos.alternativas, futuro.blo.
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