martes, 11 de agosto de 2020

DÍA DE LA MISIÓN DIOCESANA

 

Queridos hermanos: El Señor os llene de paz vuestro corazón y conduzca vuestros pasos por el bien. Paz y bien a todos vosotros.

            Cuando llegan determinadas fechas, sucede que recordamos el camino que atrás vamos dejando desde que tuvo comienzo algo importante en nuestra vida y que nos ha marcado una trayectoria tanto personal como con otros cercanos que nos han podido acompañar. Así sucede con ese rito anual sencillo y cuidado en torno a nuestro cumpleaños. No es que nazcamos de nuevo, pero sí que es una ocasión de amable pretexto para dar gracias por el regalo de la vida. Y lo hacemos junto a la gente que queremos y que ella nos quiere.

            En la historia de una comunidad cristiana sucede exactamente lo mismo y vamos tejiendo nuestro calendario de fechas a no olvidar y en las que tenemos la cita del agradecimiento. Esto es lo que en nuestra Iglesia diocesana de Oviedo celebramos este año con motivo de una efeméride particularmente querida: nuestra historia misionera.

            Hace ahora cincuenta años que como Iglesia diocesana de Oviedo se realizó la apertura de la primera misión en Burundi, a la que luego seguirían Guatemala y Ecuador, y posteriormente Benín, que es donde seguimos estando. En el capítulo de agradecimientos aparecen los nombres de sacerdotes diocesanos de Oviedo, de religiosas que en algún momento también se unieron desde sus respectivos carismas e incluso algunos laicos.

            Pasan los años, y hojeando nuestros álbumes de fotos, las páginas de nuestros diarios misioneros, vemos que tenemos detrás una hermosa historia evangelizadora que ha protagonizado el Señor y tantos hermanos. Desde aquel envío primero que hizo Jesús mandando a sus discípulos para que anunciaran la Buena Noticia hasta los confines de la tierra, bautizando luego en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mc 16, 15-20), se han escrito tantas páginas misioneras. También ha habido escribanos de Asturias que han llevado esa bondadosa nueva a quienes no conocían a Jesús, o a quienes ayudaban a conocerlo mejor. Escribanos misioneros que han redactado con la tinta de su entrega, por amor a Dios y a los hermanos, dejando sus mejores años en esas tierras lejanas, dedicando todo su tiempo a quienes fueron encontrando, mientras construían una comunidad cristiana como casa encendida y abierta de la verdadera Iglesia del Señor.

            Mirando hacia atrás, ponemos en el altar de nuestro mejor agradecimiento los nombres de tantas personas que han ido escribiendo este relato de puro Evangelio, acercando a tantos hombres y mujeres, a niños, jóvenes y ancianos, en escenarios bien diversos, incluso arriesgados, lo que ellos habían recibido aquí en sus familias y parroquias de Asturias, en la vida cristiana que fue madurando hasta hacerse empeño evangelizador llevando a Jesús hasta donde les llevara la divina Providencia.

            Todo está escrito en el libro de la vida, que es el que Dios mismo edita cada día, tomando buena nota de nuestra esperanza cierta, nuestra fe recia y nuestra caridad solícita. Por todo ello damos gracias, a Dios y a tantos hermanos con su nombre, su edad, su recorrido misionero. Este es el motivo de nuestra alegría, cuando se cumplen de modo redondo los primeros cincuenta años de la historia reciente de nuestras misiones asturianas como Iglesia diocesana que no tiene más fronteras que las que dibuja el buen Dios que nos llama, nos consagra y nos envía.

            Con todo mi afecto, recibid también mi bendición fraterna.

 

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo