Queridos hermanos: El Señor os
llene de paz vuestro corazón y conduzca vuestros pasos por el bien. Paz y bien
a todos vosotros.
Cuando
llegan determinadas fechas, sucede que recordamos el camino que atrás vamos
dejando desde que tuvo comienzo algo importante en nuestra vida y que nos ha
marcado una trayectoria tanto personal como con otros cercanos que nos han
podido acompañar. Así sucede con ese rito anual sencillo y cuidado en torno a
nuestro cumpleaños. No es que nazcamos de nuevo, pero sí que es una ocasión de
amable pretexto para dar gracias por el regalo de la vida. Y lo hacemos junto a
la gente que queremos y que ella nos quiere.
En la
historia de una comunidad cristiana sucede exactamente lo mismo y vamos tejiendo
nuestro calendario de fechas a no olvidar y en las que tenemos la cita del agradecimiento.
Esto es lo que en nuestra Iglesia diocesana de Oviedo celebramos este año con
motivo de una efeméride particularmente querida: nuestra historia misionera.
Hace ahora cincuenta años que como Iglesia
diocesana de Oviedo se realizó la apertura de la primera misión en Burundi, a
la que luego seguirían Guatemala y Ecuador, y posteriormente Benín, que es
donde seguimos estando. En el capítulo de agradecimientos aparecen los nombres
de sacerdotes diocesanos de Oviedo, de religiosas que en algún momento también
se unieron desde sus respectivos carismas e incluso algunos laicos.
Pasan los años, y hojeando nuestros
álbumes de fotos, las páginas de nuestros diarios misioneros, vemos que tenemos
detrás una hermosa historia evangelizadora que ha protagonizado el Señor y
tantos hermanos. Desde aquel envío primero que hizo Jesús mandando a sus
discípulos para que anunciaran la Buena Noticia hasta los confines de la
tierra, bautizando luego en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
(cf. Mc 16, 15-20), se han escrito
tantas páginas misioneras. También ha habido escribanos de Asturias que han
llevado esa bondadosa nueva a quienes no conocían a Jesús, o a quienes ayudaban
a conocerlo mejor. Escribanos misioneros que han redactado con la tinta de su
entrega, por amor a Dios y a los hermanos, dejando sus mejores años en esas tierras
lejanas, dedicando todo su tiempo a quienes fueron encontrando, mientras construían
una comunidad cristiana como casa encendida y abierta de la verdadera Iglesia
del Señor.
Mirando hacia atrás, ponemos en el
altar de nuestro mejor agradecimiento los nombres de tantas personas que han
ido escribiendo este relato de puro Evangelio, acercando a tantos hombres y
mujeres, a niños, jóvenes y ancianos, en escenarios bien diversos, incluso
arriesgados, lo que ellos habían recibido aquí en sus familias y parroquias de
Asturias, en la vida cristiana que fue madurando hasta hacerse empeño evangelizador
llevando a Jesús hasta donde les llevara la divina Providencia.
Todo está escrito en el libro de la
vida, que es el que Dios mismo edita cada día, tomando buena nota de nuestra
esperanza cierta, nuestra fe recia y nuestra caridad solícita. Por todo ello
damos gracias, a Dios y a tantos hermanos con su nombre, su edad, su recorrido
misionero. Este es el motivo de nuestra alegría, cuando se cumplen de modo
redondo los primeros cincuenta años de la historia reciente de nuestras
misiones asturianas como Iglesia diocesana que no tiene más fronteras que las
que dibuja el buen Dios que nos llama, nos consagra y nos envía.
Con todo mi afecto, recibid también
mi bendición fraterna.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo