‘Bonne`es
la palabra con la que, en la lengua de Víctor Hugo, se designa a una chica o
joven que trabaja como doméstica en las casas de los otros. Aquí, sin embargo,
“la bonne” es normalmente una niña, entre 8 y 15 años, que sirve sus patrones
(todos los de la casa), como una verdadera esclava, si queremos de esa forma
llamar a las cosas por lo que real y prácticamente expresan.
Estas
niñas vienen, o mejor dicho las traen, en general de otra región aún más
empobrecida. En el origen se acepta o se ve, como una salida más a la gran
miseria reinante que padecen.
Aquí,
en Bembéréké, las “bonnes” abundan y se dejan ver por todas partes. Todo el
mundo las conoce y, triste o lamentablemente, su real situación no provoca reacción
alguna. Se ve como algo que es así, que siempre ha sido así. Pero no, no es así
y no puede ser así. Esto es lo que nos ha llevado a escribir estas pequeñas
palabras, y así reanudar el diálogo con todos vosotros, con el que pretendemos
acercaros la realidad que vivimos, desde la vida misma, con hechos observados
por nosotros mismos o transmitidos por testigos o estudios cuidadosamente
elegidos.
En las casas “las
bonnes” hacen de todo, traer agua, buscar leña, lavar, cocinar, hacer la
limpieza, y todo, en general, para que los niños o las niñas de la familia
puedan ir tranquilamente a la escuela y luego estudiar, descansar o simplemente
no hacer nada. Nunca comen con los demás miembros de la casa, y siempre se
mantienen al margen, salvo si, dolorosamente, alguno de ellos se deja llevar
por sus naturales encantos y luego … Pero, ¡caray! hablamos de niñas de 10 u 11
años. Y como si todo eso fuera poco, la “bonne” tiene que producir algo y traer
algo de dinero a casa. Y ahí las vemos, todos los días, por la calle, vendiendo
cualquier cosa, y se acercan a ti con su cándida mirada y su carga a la cabeza,
para ver si le compras unos ajos, o unas cebollas o cosas por el estilo.
Hace
unos años, durante el via crucis que inaugura nuestra anual peregrinación
diocesana, aquí en Bembéréké, caminaba yo en medio de la gente cuando, hacia la
tercera o cuarta estación, al lado mío, como siguiéndome, me di cuenta que
tenía justo junto a mí a una de esas niñas con su carga, no sobre la cabeza,
sino apoyada en uno de los lados de su cintura. Respiraba bondad, tranquilidad,
se sentía a gusto, y a mí, en cambio, se me encogía el corazón. Una pequeña
esclava siguiendo los pasos del gran y libre esclavo de la humanidad. Uno con
la cruz a cuestas, la otra con su carga diaria, la de fuera y la de dentro, y
los dos haciendo lo que tenían que hacer. Bueno, dos estaciones más adelante,
me entró la tentación de cireneo y le cogí su carga. Ella hizo ademán de
resistirse (el grande nunca carga con nada), pero finalmente acogió mi pequeña
oferta. Cuando terminamos, ya anocheciendo, como queriendo recuperar el tiempo
perdido, o temiendo el palo siempre amenazante de su patrona, me pidió
precipitadamente su carga, me miró con ojos plácidos, y se marchó.
Hace
unos días conocí a Sakina, una chica musulmana de un pueblo a unos 70 kms más
al norte de nuestro pueblo. Tuvo que dejar la escuela, ya a punto de terminar
lo equivalente a la ESO, por que su padre la envió a trabajar a casa de una de
las personas más influyentes del pueblo. Ésta, católica no muy practicante, la
pidió para trabajar en una tienda que acaba de abrir al lado de su
casa. Pues el caso es que Sakina lleva trabajando allí, sin horario
alguno ni reposo semanal, ya algo más de un año y lo único que come, todos los días,
es pasta de maíz. Pasta de maíz por la mañana, pasta de maíz a mediodía y pasta
de maíz por la noche. No sabe lo que es ni un pequeño trozo de pescado ni un
pedacito de carne, ni algo que se le parezca.
Y a los millones y millones de casos de ese o
parecido estilo, las grandes organizaciones de la ONU las seguirán llamando
trabajo infantil, o a la sumo, y generosas con la galería voluntarista,
explotación. No, no es trabajo ni explotación, es pura y simple esclavitud que
todos tenemos que combatir si queremos ser o deseamos vivir como seres
verdaderos seres humanos. Lo demás son salvajadas. Un abrazo.
(Alejandro Rodríguez
Catalina desde la Mision diocesana de Bembereke-Benin)